Qué terrible paradoja estaba sufriendo Raquel. Ella, que durante toda su vida se había dedicado a ayudar a parir animales, se encontraba en la sala de partos del hospital de La Paz de Madrid. Allí,, sufriendo, esperaba el nacimiento de su bebé, una pequeña raquelita a la que querría más que a nada en el mundo. Con cada una de las piernas apoyadas en sendos frios trozos de metal, el médico decía.
- Un poco más, un poquito más que ya sale.
Con un esfuerzo sublime, sintiendo que su cuerpo se partía en dos, dió el último empujón. Su marido, que había estado durante todo el parto a su lado, apoyándola, se inclinó a mirar. Una enorme satisfacción le recorrió todo el cuerpo, estaba viendo la cabeza de su pequeña. La niña añorada que tanto deseaban ambos. Se agachó sobre la cabeza de Raquel y le susurró al odio.
- Mi vida, ya se le ve la cabecita, un esfuercito más, por favor - susurró con una ternura extrema.
Con la fuerza que sólo las madres tienen, olvidó todo el dolor y sufriento que tenía. Esas palabras, esas dulces palabras de su marido, habían sido el mejor bálsamo que podía oir en ese instante. Volvió a empujar y, todo sucedió muy deprisa. Alguien entró por la puerta. Vestían extraños ropajes, fabricados de materiales que nunca en su vida había visto. Su hija, a la que acababa de dar a luz, lloraba y pataleaba. Su marido se abalanzó sobre los intrusos, aunque fué repelido con tal brutalidad que quedó tendido en el suelo, como un despojo humano. Uno de ellos, de un parduzco color verdoso, cogió al bebé de una pierna y lo metió en una especie de urna. Una fría urna transparente a través de la cual se veía a la ensangrentada raquelita. La madre inmóvil, no pudo hacer nada más que llorar, llorar de pena y de rabia. Llorar de impotencia. Llorar hasta que la locura, del mismo modo que los susurros de su marido, actuó como balsamo sobre su maltrecha mente.
A muchos kilómetros de allí, en el mercado de Cartucce, un extraño ser vocifera algo que sonaba como esto:
- Como tengo el bebé humano niña, que se mueve, que lo tengo que me se mueve. Calentito, señora, calentito lo tengo. Vamos que quedan pocos, vamos niña, barato, barato.
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Bueno, esta es la segunda versión del cuento. A mí me parece como más directa, aunque la otra es más real y dura. A fin de cuentas, Cartucce no existe, mientras que la carnicería del mercado si.
Besitos.
... o vida y obra de la tribu del tofu, como gusten ustedes.
10 de marzo de 2006
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3 comentarios:
Ay, que mal rollo, lo de los bebés aun "vivitos"...ains...
Da grimilla, aunque igual que el anterior final, claro...
Pero me ha gustado mucho, por qué no te buscas un ilustrador?
besos
Buenas Angela,
joder, tengo mucho curro y no me da tiempo a responderos. Este relato da bastante mal rollo, pero me parece evidente la correlación con la vida de una vaca. O por lo menos lo he intentado.
¿Un ilustrador? Quita, quita, mejor un psicólogo ;-)
Besitos.
Nice colors. Keep up the good work. thnx!
»
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