Un día, por motivos que no vienen al caso, encontré un bar. No es que estuviese escondido, ni lejos de mi casa, sino que nunca lo había visto. Es el típico bar que se encuentra mimetizado con el entorno, con un toldo verde y una cristalera con cortinas blancas. Y, culminando la fachada, un cartel "Bar bodega Tomás". Y es que hay negocios que llevan toda la vida a veinte metros de tu casa, pero que nunca te han llamado la atención.
El dueño, Tomás, es un señor bajito y afable, de los del barrio de siempre. Al que todo el mundo conoce y saluda. Aquella primera vez sentí una extraña mezcla de sentimientos. Por un lado, es un bar de cazadores (aunque en mi barrio la caza es jodida, que esto es más ciudad que pueblo) y por otro lado es un sitio muy agradable. Posiblemente si lo vierais pensariais "Al Tito se le ha ido completamente la cabeza". Y es que entras y te encuentras con un frio suelo de terrazo, una barra a la derecha y una pequeña bodega con chuches de frente. Pero tienes que mirar más allá. Tienes que ver los pequeños detalles. Por ejemplo, el cuarto de baño tiene las mismas toallitas que mi abuela ha usado toda su vida. Y tiene papel higiénico, y la cisterna funciona, y está reluciente. De esto se encarga su mujer, que es un solete.
Aunque lo mejor de todo el bar, es la parroquia. Los parroquianos están divididos entre los que se han perdido en el barrio y caen por allí y los de siempre. Están los de los perros obesos, que son los que le dicen a su mujer "Bajo a dar una vuelta al perro que está muy gordo" Y se meten al bar a darle cortezas al cánido. Están los borrachines que cuentan sus penas al sufrido Tomás. También los del barrio, que sobrios hacen oralmente el diario del barrio y comentan la actualidad mundial desde un particular punto de vista. Y estamos nosotros.
Antes íbamos muchísimo, aunque dejamos de ir por motivos que no interesan. Era vernos entrar y sacar una saco de cacahuetes especial que tenía para mí. Cogía los grifos de cerveza, la fanta de limón y hasta que no hubieramos meado 10 veces no nos dejaba irnos. No se si le alegraba ver a gente joven, pero pocas veces he salido de ese local sobrio. Cuando sacabas el billete para pagar, venía corriendo a invitarte a otra ronda. Y nunca se quedaban los rancios platillos sin algo que comer. Cacahuetes, pipas, tortilla, cortezas de cerdo (nunca comprendió que significaba vegetariano, el ponía de todo), pimientos asados, alioli, lo que fuese. No se la de veces que habré salido cenado de ese pequeño local.
Ayer volvimos a ir, tras más de un año sin saber de él. Al principio ni me reconoció, y me puso una cara rara cuando le recordé quien era, como si vuelves a ver a un amigo que te ha traicionado. Pero en un rato, comentando la muerte de Rocio Durcal, ya volviamos a ser tan amigos. Y el bar, en este tiempo sólo ha cambiado que ha puesto dos peluches con un tremendo miembro viril en la inestable estantería. Al marcharnos, tras tener que discutir que no queriamos que nos invitara a nada y con la promesa de volver pronto, me cascó un abrazo que casi se cae de la barra. Y yo me marché con una extraña sensación, sin comprender como me puede caer tan bien un señor como Tomás, amante de los toros, cazador con licencia y que gusta de servir cortezas de cerdo a sus mejores clientes. Pero la verdad es que me caen de puta madre, para qué vamos a engañarnos.
Bueno, os preguntareis, ¿que narices nos ha contado hoy el Tito?. Pues ya veis, que me alegró mucho ver el otro día a mi amigo del bar bodega Tomás. No se si me trajo recuerdos de una vida pasada o que sería, pero me alegró mucho verle. Y os puedo asegurar que no es la alegría de la huerta, pero yo con verle llenar los cacitos de cacahuetes, me alegra el día.
Besitos.
P.D: El Pablo sigue sin salir, para el próximo viernes nos monitorizan y ya le echan del hotel. Así que para el próximo lunes (no mañana) tendreis el documento gráfico de los clones (padre e hijo).
... o vida y obra de la tribu del tofu, como gusten ustedes.
26 de marzo de 2006
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4 comentarios:
Detras de un gran hombre siempre hay una gran mujer.
Cuanta verdad hay en el refranero popular castellano. Ya que el Tito ha narrado las maravillas de Tomas, quiero hacer justicia hablando de su santa, que es una mujer encantadora de eterna sonrisa y que se deja caer por allí a diario para preparar las tapas y tener el sitio como los chorros del oro.
La mayoría de las tapas son de bicho, y nunca faltan los encurtidos o frutos secos, pero la señora también se marca unas AliOli de vértigo ... que pena que no le haya dado por las papas bravas!!!
Besos y Abrazos.
desde luego... es verdad, hay sitios que se convierten en tu segundo hogar sin saber muy bien porque... porque ni son bonitos, ni la gente es superamable, ni ponen la mejor comida... pero parece que estás tan cómodo como en el sofá de tu casa!!! ole ole!!
¿pá cuando el niño?? es comodón, no?? habrá salido al padre?? Besos
niña, muy justo tu comentario.
¿Qué sería de ese señor Tomás sin su mujer?
;)
Buaaaaa!!!! Yo no sé si es el embarazo vuestro, o lo bien que lo cuentas, pero tío, qué momento intimista más im-presionante. Que hasta me dan ganas a mí de pasarme por el bar del Tomás, corcho!.
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