Estaba yo el otro día pensando un tema que contaros y me acordé de mi primer día de vegetariano, que buena memoria que tengo. Resulta que cuando alcancé la mayoría de edad empecé a sentir unos nuevos aires de libertad, a salir por sitios que antes no imaginaba, a relacionarme con nuevas personas e ideas, a trasnochar, etc. Una zona por la que salía mucho era por Malasaña (en Madrid, España). Por allí había una serie de locales, entre los que destacaba una asociación de Hare Krisna (como se escriba) que eran vegetarianos y daban de comer gratis y unas teterías vegetarianas. Al principio el tema del vegetarianismo me parecia una estupidez, más para mí que me comía las vacas con cuernos y todo, y cuanto más sanguinolientas mejor. Y sobretodo porque la verdura me parecia algo repugnante y que engordaba (no hay más que ver lo gordas que son las vacas).
Pues bien, una noche me acosté siendo voraz carnívoro y al día siguiente, sin más reflexión que la de esa noche, decidí que nunca más me comería ni un animal. Debí ordenar bien las ideas esa noche, dado que tomé la decisión que ha marcado mi vida en ocho horas. Total, que por la mañana, nada más levantarme se lo conté a mi madre.
El comienzo, tengo que decir que fué muy duro. Primero me dijo "Vegetariano, ¡pero si no te gustan las verduras!" Razón no le faltaba, desde luego. Sólo me gustaban las patatas (fritas) y las zanahorias (crudas). Pero yo seguí en mis trece.
Después dijo "¿Y que hago con el pollo que compré ayer?. Este te lo comes". Mi madre aún no había comprendido bien el alcance de mi nueva decisión.
Finalmente me intentó partir (como hacen las madres, no los macarras) una parrilla que compró una semana antes para mí, dada las grandes cantidades de carne que comía.
Así que, con la primera batalla ganada en casa, salí a buscar información sobre como se debe alimentar un vegetariano, aunque esa es otra historia.
En la sección de recetas del tito Chinchan, hoy tenemos un plato muy adecuado para las cenas de Navidad en las que pasan por delante nuestro corderitos que sólo les falta balar:
Pimientos rellenos (para tres personas con un peso total de unos 250 kilos):
- Tres pimientos.
- Arroz blanco (tres puñados o más dependiendo de lo gordos que sean los pimientos).
- 200 gramos de champiñones.
- Una cebolla.
- Una hojita de laurel.
- Sal y tomillo.
- Queso para untar (opcional).
- Palillos ;-)
- Vino de cocinar (opcional).
Picamos finita la cebolla y los champiñones. Freimos la cebolla hasta que esté tierna y le añadimos la hoja de laurel y los champiñones. Mantenemos el fuego medio hasta que se consuma el agua desprendida y le ponemos un buen chorreón de vino de cocinar. Cuando se consuma de nuevo el líquido, lo mezclamos con el arroz blando previamente cocido (con 10 minutos a fuego medio se cuece). A esta mezcla la añadimos la sal que queramos y el tomillo.
Por otro lado, abrimos los pimientos cortando la "tapa", de tal modo que tengamos fácil acceso a todo el interior del pimiento. Esta tapa no la tiramos, sino que la lavamos juntos con el resto del pimiento. Las pepitas, por supuesto, hay que quitarlas. Una vez limpito, metemos el relleno dentro del pimiento, ponemos una buena capa queso de untar a modo de tapón (si queremos) y cerramos con la tapa. Con ayuda de los palillos, fijamos la tapa al pimiento y listo para meter al horno. La duración en el horno es muy relativa. La idea es que estén dorados y que la piel salga con facilidad. Perfectamente puede que tarde una hora en el horno, así que sed previsores. E id dando vueltas a los pimientos!!!
Este plato requiere de mucho horno, por lo que si lo quereis comer en casa ajena, tened en cuenta que es mejor que lo lleveis hecho de vuestra casa y que lo calenteis en el microhondas. No sereis los primeros que os quedais sin cenar pimientos porque hay un ternasco haciendose en el horno.
Besitos.