... o vida y obra de la tribu del tofu, como gusten ustedes.

29 de enero de 2006

Mi tortuga

Buenas,

un soleado día en la vida de un universitario. El calor inunda la casa, junto con el tedio y el sopor. Otro año más, los innumerables suspensos minan mi moral, impidiendome ir hacia otros lares más refrescantes. Salgo a la terraza, armado con un pulverizador de agua fresquita y una regadera. Mientras riego las hiedras y vaporizo los jazmines, observo con aburrimiento la desolada calle. De pronto, algo fuera de lo normal me llama la atención, el cubo de basura de la calle se mueve sólo. Ya de por sí es extraño que a esas horas, durante la época estival, algo se mueva en la calle. Pero mucho más raro es que se mueva sólo. Agudizo la vista, con esperanza de encontrar algo que explique el porqué de este milagro. Pronto veo una mancha verde oscura que se mueve empujando el vacío contenedor.

Bajo a la calle desafiando los cuarenta grados a la sombra y me encuentro con una tortuga enorme, con un golpe en el chasis, que se mueve lastimeramente golpeándose contra todo. Es la primera vez en mi vida que veo un quelonio de este tamaño. Como parece que nadie la va a reclamar, a juzgar por el ostentoso golpe que tiene, la cojo con las dos manos. Pesa bastante, pero no se resiste a penas. Con cuidado, tratando de no hacerla daño, subo de nuevo a mi terraza. Allí, tras un vaporizado de esos que echaba a los jazmines, un cuenquito de agua y unas verdes hojas de lechuga, recupera la vitalidad. Y de qué modo. La tortuga, que parece haber resucitado, comienza a correr por la terraza, choca contra la puerta y sigue su herculea tarea de tirarme todas laz macetas del balcón. La dejo momentaneamente enfrascada en la compleja tarea de tumbar la mesita, y voy a por un barreño donde poder tenerla controlada. A duras penas, dado que no cabe sin retraer un poco las extremidades, la meto en el cubo. Tengo que hacer algo con ella, dado que no parece que hayamos hecho buenas migas, y no quiero para nada una tortuga zampándose los geranios maternos.

Bajo a la calle de nuevo, cojo el Ford Fiesta (también llamado horno en verano y frigorífico en invierno) y nos vamos a casa de mi padre, que tiene jardín. Por el camino, mi amiga parece resignada al nuevo cambio de domicilio, dado que no se mueve mucho. Yo lo agradezco que me da mucha pena verla retorcerse, más o menos, en el pequeño espacio que la he conseguido. De pronto, el cielo parece romperse y unos granizos como garbanzos gordos comienzan a golpear el coche con violencia. La tortuga, como si la hubieran metido una guindilla en cierta parte, comenzo a moverse completamente alocada por el ruido, hasta que logró salir de carcel de plástico que le improvisé. Por fin, con un ojo en la tortuga, que se había caido y luchaba por darse la vuelta y el otro en la carretera, consigo llegar hasta un puente de la A-6. Allí con la compañía de más conductores asustados, restablezco la situación. Cojo a la pobre tortuga y la coloco de nuevo en el barreño, pero esta vez la dejo al lado mio, en el otro asiento. Con una sudadera del asiento de atrás, la tapo toda la luz, de tal manera que ella por fín consigue relajarse y estarse quieta. Al poco, el granizo cesa del mismo modo que vino y podemos continuar el viaje.

Ya en casa de mi padre, dejo al pobre quelonio en el pequeño jardín que tienen por detrás los adosados. Tras un comienzo titubeante, la tortuga comienza a identificar su nuevo terreno. No se lo que piensan estos animales, pero fué directo a la zona más fresca del jardín, hizo un agujero y allí se enterró. Y, como por arte de magia, desapareció.

Bueno, esta pequeña historia es lo que me pasó una vez que, en verano, vi un cubo de la basura que se movía sólo. No se qué sería de la tortuga. Mi hermana me llamaba de vez en cuando advirtiéndome de los ocasionales avistamientos tortuguiles "La ha visto Carmen" o "Estaba en la casa del médico" eran frecuentes en las conversaciones semanales. Con el frio, dejo de saberse de ella, pero al volver el calor, aparecía alguna vez y se volvían a oir esas frases de "esa piedra gorda se mueve". Hace años que la perdía la vista a la pobre tortuga con un golpe en el caparazón.

Besitos.

P.D: Se lo dedico a mi abuelo Pablo, que fue quien me enseño el significado de la palabra quelonio.
P.D.2: Sobre vegetarianismo no tiene nada que ver, pero como el blog es mío escribo lo que quiero ;-)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola!
sólo escribo para enviarte un abrazo para que te pongas bueno.

Chao,
Chico del siglo XXI

PS: Qué hacía una sudadera en pleno verano en la parte de atrás del Ford Fiesta?

Anónimo dijo...

Bonita historia, Javi
Pareces un donete, haciendo amigos (de cualquier tipo) por todas partes.
:D

Tito Chinchan dijo...

Buenas,

Chico del siglo XXI, que me preguntes sobre la sudadera me resulta embarazoso, je, je. Mi coche siempre ha sido una "chonera" por lo que siempre hay de todo, ropa de invierno y verano por supuesto también. Este verano fuimos a correr a los karts y hizo bastante malo, pues saque nada menos que cuatro (o tres) prendas de abrigo para los participantes. Soy un chico precavido.

Magari, que ricos los donetes (hace que no los como años, pero recuerdo que estaban buenos). Pocos amigos tengo, pero bien buenos.

Besitos.

Anónimo dijo...

Escribes muy bien.

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